La estancia El Indio tiene para muchos pobladores de Tornquist sus buenos recuerdos. Tuvo un mayordomo llamado don Angel Daguerre ( ¿quien no lo recuerda? ): los que trataron con él conocieron a un hombre bonachón, derecho como una regla, que supo granjearse el cariño de quienes lo rodearon.
Su forma de vestir lo hacía sobresalir de los demás: usaba sombrero a lo tejano, bombachas negras, botas altas, rastra de oro a lo criollo, y poncho sobre la espalda. ¡Para qué les voy a contar!
Era amigo de los hnos Buschi y los hnos. Piccioli, y formó una amistad muy duradera mientras estuvo entre nosotros.
Pasado el tiempo, vino una sobrina suya de Buenos Aires a pasar unos días en la estancia. En una oportunidad el tío la trajo al pueblo.
En ese entonces yo era empleado de la tienda ‘El Sol de Mayo’, y la fui a atender. Era una chica jovencita, preparada, bien porteña; mientras la atendía, me dice: “Me llaman Chiche”. “¡Qué nombre más simpático!” – le respondí -, y enseguida hicimos amistad. El tío, observado que hablábamos y habíamos simpatizado, ni lerdo ni perezoso me dice: “Machi, ahora que está mi sobrina en la estancia, por qué no van un domingo a comer un asado, y de paso me la divierten a la Chiche armando un baile?”
¡Para qué me lo habrá dicho! Me puse en campaña y organizamos una excursión. Don Daguerre me había dicho: “Si Uds. van el domingo no tienen que llevar nada; todo corre por mi cuenta” (era lo que esperábamos nosotros)
Llegó el domingo. Temprano fuimos a buscar a los muchachos, que ya estaban listos desde hacía rato, y nos pusimos en viaje. A las 9.00 nos esperaban con su coche en la tranquera de la Estancia el Sr. Daguerre y su sobrina.
Nos bajamos del camión y conversamos un poco. En eso la Chiche dice: “Acá hay lugar para un muchacho y para una chica”. La barra se dio cuenta del juego, y empezaron a gritar “Que vaya Macchi con la Chiche y la Nata Picioli con don Daguerre”. Así se hizo. A mí me convenía el asunto (que me perdone mi señora).
Llegamos, y las chicas empezaron los preparativos: trajeron un fonógrafo de esos tiempos, unos discos que habíamos conseguido, y se armó la milonga hasta las 12.00, cuando el asador hizo parar la música porque la carne estaba lista.
Se comió de lo lindo, y se tomó de igual manera. Nosotros poníamos la boca y el estómago; el mayordomo pagaba.
Hicimos una larga sobremesa charlando, y después dimos una vuelta por la estancia para conocer algo. Al rato preparamos otra vez la milonga. Así pasamos ese domingo divertido, hasta que anocheció y decidimos regresar, ya que para las chicas que nos habían acompañado no era muy saludable el viaje en camión.
Nos despedimos del matrimonio Daguerre y de la Chiche, que se quedó un poco triste al ver que regresábamos, pero… Qué le íbamos a hacer: al otro día todos teníamos obligaciones que cumplir.
Esos tiempos de funchi rejuntado, pantalón bombilla y zapatos con polaina, ya no vuelven más. Por eso le digo a la muchachada: que sea respetuosa, pero no deje para mañana lo que puede hacer hoy.
Cuando con mi amigo Arnoildo Piccioli mirábamos las fotos, nos parecía que todo sucedió ayer; sin embargo, sacamos la cuenta, y han pasado nada más ni nada menos que… 56 años.
Tal como lo recordaba el bisabuelo Cayetano Macchi Nota publicada en la edición de Observador Serrano del 15 de Agosto de 1986
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