Apuntes de un pasado imborrable “La Vieja Estación” (parte II)

La Estación fue el lugar obligado de comunicación y recreo de nuestro pueblo, único transporte en aquellos años.
La gente que tenía que viajar lo hacía por tren: lo mismo si había que mandar alguna carga o encomienda.
Los sábados y los domingos principalmente, se iba a la Estación (hoy casi olvidada) a ver llegar los trenes que venían de otros lugares de nuestra querida patria.
Era lindo ver cuando llegaban esas locomotoras desprendiendo un humo espeso, y el ruido a rieles cuando frenaban.
El personal ferroviario descargaba los bultos de encomiendas y los sacos de la correspondencia.
Las máquinas se deslizaban hasta la toma de agua, a fin de alimentarse del líquido necesario para luego seguir viaje.
El jefe controlaba por lo general los boletos que se expendían en la “ventanilla”. Luego tocaba un silbato de advertencia, y seguidamente tiraba la cuerda de una campana (aún me parece oirla), tras lo cual el tren partía hacia su destino.
Este recuerdo me parece de hoy, y sin embargo han pasado 63 largos años, cuando yo contaba 9 años de edad.
Ilusiones que se han ido, pero las chicas de mi tiempo (algunas ya desaparecidas, otras cargadas de años como yo) lo recordarán. Posiblemente al leer este relato les aparezcan en sus ojos arrugados, alguna lágrima, pero también se alegrarán si se acuerdan cuando paseaban por el andén de la Estación, con sus vestiditos de percal que se usaban en esa época, a los que las madres ponían en los ruedo unos plomitos para que el viento no les levantara las polleritas. Así era entonces (Y ahora?)…
Nosotros los varones, más arriesgados que ellas, nos subíamos a los vagones de los pasajeros, pues siempre en el coche comedor algún viajero nos daba golosinas o una empanada, la que agradecíamos, ya que en la época nuestra no teníamos un peso para comprarla.
Hoy cualquier jovencito saca la billetera y la tiene cargada de papeles, aunque la plata no vale nada, pero la que teníamos nosotros valía menos.
En la Estación las bolsas de trigo se estibaban en los terrenos del ferrocarril. ¡Qué pilas de cereal¡¡ De 22 a 24 bolsas de altura, y algunas más.
Las bolsas se llevaban al hombro, y se subía por un burro. Todos esto, muchachos, se hacía a pulso y a fuerza de corazón.
¡Cómo no racordarlo!
Junto con Tito Gambirassi (que en paz descanse) éramos marcadores de Bunge y Born y Dreyfus, firmas extranjeras acopiadoras de cereal, que en nuestro país vivieron a costillas del sudor y el trabajo de los productores argentinos.
Otros marcadores de bolsas de distintas firmas eran Pichin Gambirassi, José Rodriguez (alias El Torero), Pubi Muller (que recibía el trigo para su padre Don Pablo Muller)

Tal como lo recordaba el bisabuelo Cayetano Macchi Nota publicada en la edición de Observador Serrano del 07 de JUNIO de 1984

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